Representación artística de la vida microbiana del suelo con bacterias, hongos y redes de micorrizas interactuando en la rizosfera alrededor de raíces de plantas
Publicado el mayo 14, 2025

El mayor error en la agricultura moderna es tratar el suelo como un simple soporte inerte para las plantas; en realidad, es una metrópolis subterránea viva y la verdadera clave de la fertilidad reside en gestionar su ecosistema, no en sobrealimentar el cultivo.

  • Un suelo sano no es un sustrato, sino un ecosistema complejo donde miles de millones de microorganismos trabajan en simbiosis con las raíces.
  • Prácticas como la siembra directa, los cultivos de cobertura y la rotación diversa son más efectivas para nutrir a la planta que muchos fertilizantes químicos, pues alimentan a la microbiología que la alimenta.

Recomendación: Deja de pensar como un químico y empieza a pensar como un biólogo. El siguiente paso es realizar un diagnóstico de la vida de tu suelo para entender qué necesita tu ejército microbiano, no tu planta.

Como agricultor, es probable que tu día a día gire en torno a una preocupación central: cómo nutrir tus cultivos. La respuesta convencional, impulsada durante décadas, ha sido la química: NPK, pesticidas, fungicidas. Un arsenal diseñado para alimentar directamente a la planta y protegerla de amenazas. Has aprendido a ver el suelo como un simple anclaje, un medio inerte que se debe «corregir» con insumos externos. Pero, ¿y si este enfoque estuviera fundamentalmente equivocado? ¿Y si, al intentar controlar cada variable, has estado silenciando al aliado más poderoso y eficiente que jamás tendrás?

El problema de la agricultura química es que ignora una verdad asombrosa: el suelo está vivo. O, al menos, debería estarlo. Bajo la superficie se esconde un universo bullente de actividad, una metrópolis subterránea con miles de millones de habitantes que llevan eones perfeccionando los ciclos de nutrientes, la defensa contra patógenos y la construcción de un hogar resiliente para las plantas. Al aplicar fertilizantes sintéticos y pesticidas, actúas como un dictador que silencia a su población, generando una dependencia total y una degradación progresiva. El suelo se vuelve adicto, estéril, muerto.

Este artículo te propone un cambio radical de paradigma. La verdadera clave de la fertilidad no está en lo que AÑADES al suelo, sino en a QUIÉN ALIMENTAS dentro de él. Te invito a un viaje alucinante al mundo invisible de bacterias, hongos, protozoos y arqueas. Descubrirás que no eres solo un agricultor, sino el gestor de un ecosistema complejo. Tu misión no es forzar el crecimiento de la planta, sino crear las condiciones para que tu ejército microbiano trabaje para ti, de forma gratuita y sostenible. Veremos cómo identificar a tus aliados, cómo multiplicar sus poblaciones, cómo se defienden de los enemigos y, lo más importante, cómo este enfoque biológico es el seguro de vida más rentable para tu cosecha y tu tierra.

Para aquellos que prefieren un formato visual, el siguiente vídeo ofrece una inmersión inspiradora en cómo las prácticas ancestrales pueden enseñarnos a cultivar en armonía con la naturaleza, complementando perfectamente los conceptos que exploraremos.

A lo largo de este artículo, exploraremos en detalle los componentes de este universo subterráneo y las estrategias prácticas para revitalizarlo. Descubrirás los roles específicos de los microorganismos, aprenderás a fomentar su actividad y a medir la salud de tu suelo con métodos sencillos, cambiando para siempre tu forma de interactuar con la tierra que trabajas.

Los superhéroes de tu suelo: conoce a la pandilla de microorganismos que nutre y protege tus cultivos

Para comprender el poder que reside bajo tus pies, primero debemos conocer a sus habitantes. Olvida la idea de un suelo inerte; imagina una ciudad subterránea más densamente poblada que cualquier metrópolis humana. De hecho, los científicos han demostrado que una sola cucharadita de suelo sano puede contener más de mil millones de bacterias, junto a kilómetros de filamentos de hongos y una miríada de otros organismos. Esta comunidad no es un simple conjunto de microbios, sino un ecosistema interconectado con roles especializados, una verdadera «pandilla» de superhéroes trabajando en simbiosis con tus plantas.

Los protagonistas de este universo son principalmente cuatro grupos. Las bacterias son las químicas maestras: descomponen la materia orgánica, fijan el nitrógeno atmosférico haciéndolo disponible para las plantas y solubilizan minerales como el fósforo, que de otro modo serían inaccesibles. Luego están los hongos, los ingenieros y comunicadores. Sus redes de micelio (hifas) actúan como una verdadera red de internet subterránea, transportando agua y nutrientes a través de grandes distancias hasta las raíces a cambio de carbono. Las micorrizas, una simbiosis hongo-raíz, son el ejemplo más claro de esta alianza. Las arqueas, organismos antiguos y resilientes, también juegan un papel crucial en los ciclos de nutrientes. Finalmente, los protozoos y nematodos (los benéficos) actúan como los reguladores del sistema, depredando bacterias y liberando los nutrientes contenidos en ellas en una forma que las plantas pueden absorber fácilmente, un proceso conocido como «bucle microbiano».

La complejidad y la importancia de este mundo son tales que, como afirman los científicos Fierer y Jackson en una publicación de referencia en Nature, «la diversidad bacteriana en el suelo supera a la diversidad de microorganismos encontrados en los océanos y la atmósfera». Cada uno de estos organismos tiene una función, y la fortaleza del sistema reside en su diversidad. Un suelo vivo y diverso es un suelo fértil, resiliente y capaz de defenderse por sí mismo. Como bien lo resumen los expertos, estos minúsculos habitantes «descomponen la materia, fijan los nutrientes, protegen de plagas y hacen más seguro y sostenible el mundo agrícola actual». Conocerlos es el primer paso para aprender a trabajar con ellos, no contra ellos.

El manual de instrucciones de tu microbioma: 5 cosas que hacer para multiplicarlo y 3 para no aniquilarlo

Una vez que entendemos que tenemos un ejército trabajando bajo nuestros pies, la pregunta lógica es: ¿cómo lo mantenemos feliz, alimentado y en crecimiento? Gestionar el microbioma del suelo no es complicado, pero requiere un cambio de mentalidad. Se trata de crear un hábitat propicio en lugar de aplicar «soluciones» puntuales. Hay prácticas que actúan como un verdadero catalizador para la vida subterránea y otras que son el equivalente a un bombardeo nuclear para esta delicada metrópolis.

Para multiplicar tu ejército microbiano, enfócate en cinco acciones clave. Primero, mantén el suelo siempre cubierto, ya sea con cultivos de servicio o con restos de cosechas anteriores (rastrojo). Un suelo desnudo es un suelo expuesto al sol, al viento y a la erosión, lo que aniquila la vida en la superficie. Las raíces vivas de los cultivos de cobertura, en particular, exudan azúcares (carbono) que son el alimento principal de bacterias y hongos. Segundo, reduce al mínimo el laboreo. Arar el campo es como un terremoto que destruye la «arquitectura» del suelo: rompe las redes de hongos, pulveriza los agregados que almacenan aire y agua, y expone la materia orgánica a una oxidación acelerada. Tercero, maximiza la diversidad de plantas. La rotación de cultivos y la siembra de mezclas de especies (consorcios) atraen y alimentan a diferentes comunidades microbianas, aumentando la biodiversidad general. Cuarto, incorpora materia orgánica, como compost o estiércol bien descompuesto. Esto no solo aporta nutrientes, sino que es el «material de construcción» y la despensa para toda la red trófica del suelo. Finalmente, en sistemas ganaderos, el pastoreo dirigido y de alta densidad puede ser una herramienta regenerativa muy potente, ya que los animales aportan estiércol y orina, y su pisoteo estimula el crecimiento de las raíces.

Tan importante como lo que hay que hacer es lo que hay que evitar. Tres acciones son especialmente destructivas. La primera es el uso indiscriminado de fertilizantes nitrogenados sintéticos. Aunque parezcan una solución rápida, su alta concentración de sales puede deshidratar y matar a los microbios, y además «cortocircuitan» la relación simbiótica entre plantas y bacterias fijadoras de nitrógeno. La planta se vuelve «perezosa» y deja de alimentar a sus socios microbianos. La segunda es la aplicación de fungicidas y otros biocidas, que no distinguen entre organismos patógenos y benéficos, arrasando con poblaciones enteras de hongos micorrícicos y bacterias protectoras. Por último, dejar el suelo compactado y sin aireación. La mayoría de los microorganismos beneficiosos son aeróbicos; necesitan oxígeno para vivir. La compactación por maquinaria pesada crea zonas anaeróbicas donde prosperan los microbios patógenos. La adopción de estas prácticas no es una receta mágica, pero sí el camino más seguro para que la biología vuelva a tomar el control.

La paradoja del suelo estéril: por qué un ecosistema microbiano rico es tu mejor fungicida

La lógica convencional nos dice que para combatir un hongo patógeno que ataca a nuestro cultivo, debemos aplicar un fungicida que lo elimine. Sin embargo, esta estrategia a menudo nos encierra en un círculo vicioso: al eliminar al patógeno, también eliminamos a sus competidores y depredadores naturales, dejando el campo libre para que una nueva infección, a menudo más virulenta, se establezca. Aquí reside la paradoja del suelo estéril: un suelo «limpio» de microbios no es un suelo seguro, sino un ecosistema frágil y vulnerable, una invitación abierta a los patógenos. Por el contrario, un suelo bullente de vida microbiana es un entorno hostil para las enfermedades, convirtiéndose en el fungicida más eficaz y duradero.

Este fenómeno de protección se basa en varios mecanismos de defensa que un microbioma diverso despliega de forma colectiva. El primero es la exclusión competitiva. En un suelo sano, cada nicho ecológico, especialmente alrededor de las raíces (la rizosfera), está ocupado por microorganismos beneficiosos. Cuando un patógeno intenta instalarse, simplemente no hay espacio físico ni alimento disponible para él. Es como intentar abrir un negocio en una calle donde cada local ya está ocupado por una tienda exitosa. Un ejemplo claro es el uso de hongos como Trichoderma, que colonizan las raíces y compiten activamente por los recursos, desplazando a patógenos como Fusarium o Pythium.

Infografía científica mostrando mecanismos de defensa del suelo: exclusión competitiva, producción de antibióticos naturales y resistencia sistémica inducida (ISR) activada por microorganismos beneficiosos

Además de la competencia, muchos microbios beneficiosos libran una auténtica guerra química. Producen una amplia gama de compuestos antibióticos y antifúngicos naturales que inhiben o matan directamente a los invasores. Bacterias del género Bacillus o Pseudomonas son famosas por esta capacidad. Finalmente, la presencia de una comunidad microbiana saludable activa las defensas propias de la planta. Ciertos microorganismos en la raíz envían señales moleculares que desencadenan un estado de alerta en toda la planta, un mecanismo conocido como Resistencia Sistémica Inducida (ISR). Esto prepara a la planta para responder de forma más rápida y contundente ante un eventual ataque, no solo en la raíz, sino también en las hojas. En esencia, la microbiología «vacuna» a la planta. Por ello, invertir en la vida del suelo no es solo una cuestión de nutrición, sino la estrategia de sanidad vegetal más inteligente a largo plazo.

Bioestimulantes de bote: ¿funcionan de verdad los probióticos para plantas que te venden?

El creciente interés por la biología del suelo ha inundado el mercado con una avalancha de productos «biológicos»: bioestimulantes, biofertilizantes, enmiendas, probióticos para plantas… La terminología puede ser confusa y, a menudo, se usa de forma intercambiable, lo que dificulta al agricultor saber qué está comprando realmente y si funcionará. Es crucial aprender a diferenciar estos productos para tomar decisiones informadas y no caer en reclamos de marketing engañosos. Un producto biológico no es una solución mágica, sino una herramienta que, bien utilizada, puede ayudar a acelerar la regeneración de la vida en el suelo.

Para aclarar el panorama, es útil entender las cuatro categorías principales. Un biofertilizante es, esencialmente, un producto que contiene microorganismos vivos cuya función principal es facilitar la disponibilidad de nutrientes, como bacterias que fijan nitrógeno o solubilizan fósforo. Un bioestimulante, por otro lado, no aporta necesariamente microbios ni nutrientes, sino sustancias (como extractos de algas, aminoácidos o ácidos húmicos) que estimulan los procesos fisiológicos de la planta, mejorando su vigor y su resistencia al estrés. Una enmienda orgánica (como el compost o el estiércol) es materia orgánica que mejora la estructura física y química del suelo, sirviendo de «hogar» y «alimento» para la microbiología. Finalmente, un abono orgánico es principalmente una fuente de nutrientes de liberación lenta derivada de materia orgánica descompuesta.

El siguiente cuadro resume las diferencias clave para no confundirlos:

Guía comparativa para distinguir entre Biofertilizante, Bioestimulante, Enmienda Orgánica y Abono Orgánico
Tipo de Producto Definición Función Principal Composición Aplicación
Biofertilizante Abono vivo con microorganismos Fija nitrógeno, solubiliza fósforo Bacterias, hongos beneficiosos vivos Inoculación en suelo o semillas
Bioestimulante Sustancias que mejoran vigor Aumenta resistencia al estrés Extractos de algas, ácidos húmicos Aplicación foliar o radicular
Enmienda Orgánica Material que mejora suelo Crea ambiente para microbios Compost, estiércol compostado Incorporación al suelo
Abono Orgánico Fuente directa de nutrientes Alimenta la planta directamente Materia orgánica descompuesta Aplicación al suelo o foliar

Cuando se evalúa un biofertilizante comercial, la clave está en la etiqueta. Un indicador fundamental de calidad es la concentración de microorganismos, medida en Unidades Formadoras de Colonias (UFC) por gramo o mililitro. Un producto de calidad debería garantizar una concentración elevada, ya que la medición de UFC es fundamental para evaluar la efectividad de los bioinsumos. Además, es importante verificar la diversidad de cepas, la fecha de caducidad (¡son organismos vivos!) y las condiciones de almacenamiento. Desconfía de los productos con afirmaciones vagas y busca aquellos que especifiquen las cepas (ej. Bacillus subtilis, Trichoderma harzianum) y cuenten con certificaciones o análisis de terceros que respalden su contenido y viabilidad.

Plan de acción para auditar un biofertilizante comercial:

  1. Puntos de contacto: Verificar el número de UFC (>= 10⁸ UFC/g) y la diversidad de cepas en la etiqueta.
  2. Collecta: Inventorizar las cepas específicas listadas (Bacillus, Trichoderma) y sus funciones declaradas.
  3. Coherencia: Confrontar las promesas del producto con las condiciones de almacenamiento recomendadas y la fecha de caducidad.
  4. Mémorabilidad/émoción: Reparar en certificaciones de terceros o análisis que respalden las afirmaciones frente a reclamos de marketing genéricos.
  5. Plan de integración: Priorizar productos con información transparente para su plan de inoculación en suelo o semillas.

El test del algodón no engaña: mide la vida de tu suelo con unos calzoncillos viejos

Evaluar la salud biológica del suelo puede parecer una tarea compleja, reservada para laboratorios con equipos sofisticados. Y si bien los análisis microbiológicos detallados ofrecen una visión profunda, existen herramientas increíblemente simples y de bajo coste que cualquier agricultor puede usar para obtener un diagnóstico rápido y visual de la actividad en su suelo. La más famosa y gráfica de estas pruebas es, sin duda, el «test del algodón», popularizado como el «test de los calzoncillos».

La premisa es muy sencilla: se trata de enterrar un trozo de tela 100% algodón, como una tira de una camiseta vieja o, sí, un par de calzoncillos, a unos 15-20 centímetros de profundidad y dejarlo allí durante unos meses. El algodón está hecho de celulosa, un compuesto de carbono que es una fuente de alimento para muchos microorganismos del suelo, especialmente hongos y bacterias celulolíticas. La velocidad y el grado de descomposición de la tela al desenterrarla son un indicador directo de la actividad biológica del suelo. Si después de dos o tres meses los calzoncillos han desaparecido casi por completo, ¡felicidades! Tienes un suelo muy vivo y activo, con un ejército de microbios hambrientos y trabajadores. Si la tela sale casi intacta, es una señal de alerta clara: tu suelo tiene una actividad biológica muy baja, es un «desierto» microbiano.

Este test es solo una de las varias herramientas «low-tech» que puedes añadir a tu caja de herramientas de diagnóstico. Otras pruebas sencillas y reveladoras incluyen:

  • Test de infiltración: Mide cuánto tiempo tarda una cantidad de agua definida en ser absorbida por el suelo. Una infiltración rápida indica una buena estructura, con poros y canales creados por las raíces y la biología.
  • Conteo de lombrices: Excava un bloque de suelo de unos 20x20x20 cm y cuenta el número de lombrices. Su presencia es un excelente bioindicador de un ecosistema sano.
  • Olor y tacto: Un suelo sano huele a «tierra de bosque», un aroma terroso y fresco producido por actinobacterias. Al tacto, debe sentirse granulado y agregado, no como polvo o un bloque compacto.
  • Estabilidad de los agregados: Sumerge un terrón seco en un recipiente con agua y observa si se mantiene unido o se deshace por completo. Agregados estables son un signo de «pegamentos» biológicos producidos por hongos y bacterias.

Estas pruebas cualitativas, aunque no reemplazan un análisis de laboratorio, te conectan directamente con tu suelo y te permiten monitorear el progreso de tus prácticas regenerativas de una manera tangible y muy satisfactoria.

La ley de la selva en tu suelo: cómo un ecosistema microbiano diverso mantiene a los patógenos a raya

En una selva tropical, la increíble diversidad de especies crea un equilibrio dinámico donde es muy difícil que una sola especie domine o se convierta en una plaga. Cada organismo tiene depredadores, competidores y un nicho específico que ocupar. La misma «ley de la selva» se aplica, a escala microscópica, en tu suelo. Un ecosistema microbiano diverso no es simplemente una colección de individuos, sino una red compleja de interacciones —competencia, depredación, simbiosis y comunicación— que regula las poblaciones y mantiene a los organismos patógenos bajo control de forma natural.

Este equilibrio se conoce como supresión de enfermedades, y los suelos que lo exhiben de forma natural se denominan «suelos supresivos». No es que estos suelos carezcan de patógenos; los tienen, pero su capacidad para causar enfermedades está severamente limitada por la comunidad biológica circundante. Un suelo supresivo es, en esencia, un ecosistema con un sistema inmunológico colectivo y robusto. Este sistema defensivo se manifiesta a través de la creación de biofilms protectores en las raíces, la producción de enzimas como quitinasas que degradan las paredes celulares de los hongos patógenos, y una competencia feroz por el hierro y otros recursos limitantes.

Uno de los mecanismos más fascinantes que regula este equilibrio es la comunicación bacteriana, conocida como percepción de quórum o quorum sensing. Las bacterias liberan constantemente moléculas de señalización al entorno. Cuando la población de una especie particular alcanza una densidad crítica (un «quórum»), la concentración de estas moléculas es lo suficientemente alta como para ser detectada por toda la colonia, lo que desencadena una respuesta coordinada. En muchas bacterias patógenas, este es el mecanismo que activa la producción de toxinas y el ataque al huésped. Sin embargo, en un suelo diverso, la enorme variedad de microorganismos produce un «ruido» de fondo de diferentes moléculas de señalización que interfiere y bloquea las comunicaciones de los patógenos. Como explica la experta Marcia M. Rojas Badía, el quorum sensing es un mecanismo universal, y la diversidad microbiana es la mejor herramienta para interrumpir las «conversaciones» que preceden a una enfermedad. Al fomentar la biodiversidad, no solo llenas todos los nichos, sino que también saboteas las estrategias de ataque coordinado de tus enemigos.

¿Qué demonios es un biofertilizante?: la guía para no confundirlos con abonos, enmiendas o bioestimulantes

El término «biofertilizante» es uno de los más utilizados y, a la vez, uno de los peor comprendidos en la agricultura moderna. A menudo se confunde con cualquier producto de origen orgánico, pero su definición es mucho más específica y poderosa. Un biofertilizante no es simplemente «comida» para la planta; es, ante todo, un inoculante de vida. Su valor no reside principalmente en los nutrientes que contiene, sino en la población de microorganismos vivos y beneficiosos que introduce en el suelo.

Según especialistas en agricultura sostenible, «el biofertilizante es un tipo de abono orgánico producido a partir de materiales biológicos […] tras un proceso de descomposición en el que los microorganismos transforman la materia orgánica en nutrientes disponibles para las plantas». Esta definición subraya el rol clave de los microbios: son ellos los «trabajadores» que procesan la materia orgánica y la convierten en alimento asimilable. Por lo tanto, un biofertilizante de calidad es, en esencia, un vehículo que transporta un consorcio de bacterias, hongos y otros microbios especializados en funciones clave como:

  • Fijación de nitrógeno: Bacterias como las del género Azotobacter o Rhizobium (en leguminosas) capturan el nitrógeno del aire y lo convierten en una forma que las plantas pueden usar.
  • Solubilización de fósforo: Microorganismos como Pseudomonas o los hongos micorrícicos producen ácidos y enzimas que liberan el fósforo «atrapado» en el suelo, haciéndolo disponible.
  • Producción de hormonas de crecimiento: Ciertas bacterias promueven el desarrollo radicular y el crecimiento general de la planta al sintetizar fitohormonas.

La principal confusión surge al comparar un biofertilizante con una enmienda orgánica como el compost. La diferencia es de función: la enmienda es el «hogar y la despensa» (aporta estructura y materia orgánica), mientras que el biofertilizante son los «inquilinos y trabajadores» (aporta los microorganismos activos). Ambos son necesarios y se complementan. Un biofertilizante aplicado a un suelo muerto y sin materia orgánica tendrá pocas probabilidades de prosperar, pues los microbios no encontrarán qué comer ni dónde vivir. Por el contrario, una enmienda en un suelo biológicamente pobre tardará mucho más en activarse sin una inoculación que acelere el proceso. Entender esta sinergia es fundamental para una estrategia biológica exitosa.

Puntos clave a recordar

  • El suelo no es un soporte inerte, sino un ecosistema vivo y complejo, cuyo motor es su comunidad microbiana.
  • La fertilidad y la sanidad del cultivo dependen más de la salud de la microbiología del suelo que de la aplicación de insumos químicos externos.
  • Fomentar la diversidad microbiana a través de prácticas regenerativas es la estrategia más eficaz para suprimir enfermedades, mejorar la nutrición y aumentar la resiliencia de la finca.

El ecosistema invisible que te protege: por qué la diversidad microbiana es el mejor seguro para tu cosecha

Al final de este viaje al universo bajo nuestros pies, una idea emerge con una fuerza incontestable: la gestión de la agricultura ya no puede centrarse exclusivamente en la planta. El agricultor del futuro debe ser, ante todo, un gestor de ecosistemas. Cambiar el enfoque de la química a la biología no es una moda pasajera, sino una necesidad imperiosa para construir un sistema agrícola que sea productivo, rentable y, sobre todo, resiliente. La diversidad microbiana no es un lujo; es el mejor y más económico seguro de vida para tu cosecha.

La resiliencia es, quizás, el beneficio más tangible. Como demuestran los estudios, la diversidad microbiana mejora la retención de agua y la estructura del suelo, lo que se traduce en una mayor capacidad para soportar períodos de sequía o resistir la erosión durante lluvias torrenciales. Un suelo vivo, con su red de hongos y sus agregados estables, funciona como una esponja, mientras que un suelo degradado y compacto es propenso a la desertificación y las inundaciones. El testimonio de agricultores como Cristóbal Correa, quien transformó su manejo de nogales de convencional a regenerativo, es una prueba fehaciente. Al buscar soluciones en la biodiversidad local, logró no solo reducir patógenos, sino mejorar la eficiencia nutricional de su cultivo de forma sostenible.

Pero el impacto va más allá de la finca. Como señalan investigadores en agricultura regenerativa, «un microbioma diverso no solo protege la cosecha, sino que aumenta la densidad nutricional, el sabor y la vida útil de los alimentos». Esto cierra un ciclo vital que conecta la salud del suelo con la salud humana. Al alimentar la red trófica del suelo, estamos produciendo alimentos más nutritivos que, a su vez, alimentan un microbioma intestinal saludable en el consumidor final. Dejar de lado el paradigma de la guerra química y abrazar el de la colaboración biológica es, por tanto, una inversión en el futuro: el de tu tierra, el de tu negocio y el de la salud de todos.

Preguntas frecuentes sobre El universo bajo tus pies: cómo despertar y alimentar al ejército de microbios que trabaja gratis para ti

¿Cuáles son los principales tipos de biofertilizantes?

Los biofertilizantes pueden ser a base de microorganismos (bacterias fijadoras de nitrógeno, micorrizas, rizobios), líquidos vs. sólidos, o enriquecidos con compost, humus y vermicompost. La variedad define su función específica en el ciclo agrícola.

¿Cuál es la diferencia entre biofertilizante y enmienda orgánica?

El biofertilizante es un ‘trabajador vivo’ que fija y moviliza nutrientes mediante microorganismos activos. La enmienda orgánica es la ‘despensa y hogar’ para esos microorganismos, proporcionando materia orgánica que genera las condiciones para que vivan.

¿Cómo asegurar la calidad de un biofertilizante comercial?

Verificar UFC (Unidades Formadoras de Colonias) >= 10⁸, revisar diversidad de cepas, comprobar fecha de caducidad, identificar funciones específicas de cada cepa y evitar reclamos sin certifications. La disponibilidad de análisis de terceros es un indicador de confiabilidad.

Escrito por David Ruiz, David Ruiz es un biólogo y agricultor con 15 años de experiencia en la transición de fincas convencionales a modelos agroecológicos en Navarra y el País Vasco. Su especialidad es el diseño de agrosistemas biodiversos y la regeneración de la salud del suelo.