Publicado el abril 11, 2024

La verdadera solución a la escasez hídrica en España no es buscar «agua nueva», sino una profunda revolución en su gobernanza, liderada por el sector que más la utiliza: la agricultura.

  • La sobreexplotación de los acuíferos y el concepto de «agua virtual» exportada en alimentos revelan costes ocultos que el modelo actual ignora.
  • La modernización tecnológica es necesaria pero insuficiente sin un cambio de paradigma que priorice la productividad hídrica (kilos por metro cúbico) sobre el rendimiento por hectárea.

Recomendación: Adoptar la productividad hídrica como el indicador clave de éxito y fomentar una gestión corresponsable entre regantes, administraciones y sociedad para garantizar la seguridad hídrica del país.

La gestión del agua en España se encuentra en una encrucijada crítica. Durante décadas, hemos abordado la escasez como un problema de oferta, buscando constantemente nuevas fuentes para satisfacer una demanda creciente. Sin embargo, en un contexto de cambio climático que agudiza la aridez, esta estrategia ha llegado a su límite. La conversación pública a menudo se centra en las restricciones urbanas o en la necesidad de más infraestructuras, como trasvases o desaladoras, perpetuando la idea de que podemos seguir fabricando «agua nueva» indefinidamente.

Esta visión, sin embargo, elude el núcleo del asunto. La agricultura, motor económico y pilar de nuestra soberanía alimentaria, es el principal usuario de agua del país. Por tanto, cualquier solución sostenible y a largo plazo no puede sino pasar por una transformación profunda de su relación con este recurso. No se trata de señalar culpables, sino de reconocer una realidad ineludible: el campo no es parte del problema, sino el epicentro de la solución. La seguridad hídrica de nuestras ciudades, la salud de nuestros ecosistemas y la viabilidad de nuestro modelo agroalimentario dependen de ello.

Pero si la clave no está en aumentar la oferta, ¿dónde reside? Este análisis propone un cambio de enfoque radical. La solución no es técnica, sino una cuestión de gobernanza y de métricas. Argumentaremos que el futuro no pasa por traer más agua, sino por ser infinitamente más inteligentes con la que ya tenemos. Se trata de pasar de una mentalidad de «volumen» a una de «productividad», donde el éxito no se mida en hectáreas regadas, sino en kilos de alimento producidos por cada metro cúbico de agua consumido. Este artículo desglosará las claves de esta nueva visión, desde el papel de los regantes hasta los desafíos ocultos de los acuíferos y el comercio global.

Para quienes prefieren un formato visual, el siguiente documental ofrece una inmersión en los proyectos de «siembra y cosecha de agua», una de las muchas estrategias innovadoras que complementan la visión de una gestión hídrica más inteligente en España.

A lo largo de las siguientes secciones, exploraremos en profundidad los componentes de este desafío nacional. Analizaremos la estructura de gestión, los problemas subyacentes y, lo más importante, las palancas de cambio que pueden definir un futuro hídrico sostenible para España.

El mapa del agua en España: la radiografía de un recurso escaso y sobreexplotado

Para comprender la magnitud del desafío, es fundamental partir de una radiografía clara del uso del agua en nuestro país. España es una de las naciones más áridas de Europa, con una distribución de recursos hídricos muy desigual y una demanda que, en muchas cuencas, supera con creces la oferta natural y sostenible. Las cifras oficiales dibujan un panorama donde un sector destaca por encima de todos los demás en cuanto a su consumo: la agricultura.

El debate público a menudo se focaliza en el consumo doméstico, pero los datos revelan una escala completamente diferente. Según informes de organizaciones como WWF, de los aproximadamente 29.000 hectómetros cúbicos de agua que se consumen anualmente en España, cerca del 80% se destina al riego agrícola. Este dato no es una crítica, sino la constatación de una realidad estructural: el sector agrario no es un usuario más, es el principal gestor del agua a nivel nacional. Por lo tanto, su eficiencia, sus prácticas y su gobernanza tienen un impacto determinante en la seguridad hídrica de todo el país.

Esta presión sobre el recurso no se distribuye de manera homogénea. Zonas de alto valor ecológico se ven amenazadas por una demanda que excede los límites de la naturaleza. El caso del Parque Nacional de Doñana es, quizás, el más emblemático y doloroso. Este Patrimonio de la Humanidad sufre una sobreexplotación crónica de su acuífero, alimentada en gran medida por la extracción de agua para la agricultura intensiva de su entorno, una situación agravada por la proliferación de pozos ilegales que operan al margen de cualquier control.

Entender este mapa es el primer paso para cambiar el rumbo. La escasez no es solo una cuestión de falta de lluvia, sino también el resultado de un modelo de gestión y una distribución de consumos que hemos mantenido durante décadas. Reconocer la centralidad de la agricultura es clave para activar las palancas de cambio más efectivas.

Las «repúblicas del agua»: el papel crucial de las comunidades de regantes en la gestión del agua en España

En el corazón de la gestión del agua agrícola en España se encuentra una institución centenaria y singular: las Comunidades de Regantes. A menudo descritas como auténticas «repúblicas del agua», estas corporaciones de derecho público agrupan a los agricultores de una misma toma de agua para organizar y distribuir el recurso de manera autónoma. Son la pieza clave de la gobernanza del agua a nivel local y su papel es fundamental para cualquier estrategia de cambio.

Estas organizaciones no solo reparten el agua, sino que también invierten en infraestructuras, promueven la modernización y actúan como interlocutores directos con las confederaciones hidrográficas. Su conocimiento del terreno y su capacidad de autogestión son un activo incalculable. Gracias a su esfuerzo y a las inversiones públicas, España ha logrado avances notables en la eficiencia del riego. Esta realidad la subraya una voz autorizada en el sector. Como afirma Juan Valero de Palma, Secretario General de Fenacore:

Podemos estar orgullosos de los regadíos que tenemos en España. Después de Israel, somos el país con más regadíos modernizados. Con 3,5 millones de hectáreas, tenemos el 55% en riego localizado.

– Juan Valero de Palma, Secretario General de Fenacore – Foro iAgua Magazine

Esta modernización, especialmente la adopción masiva del riego por goteo, representa un salto cualitativo innegable. La tecnología permite aplicar el agua y los nutrientes directamente en la zona radicular de la planta, minimizando las pérdidas por evaporación y escorrentía, y optimizando cada gota. El resultado es un aumento de la eficiencia que ha permitido mantener, e incluso aumentar, la producción con menos recursos hídricos.

Sistema de riego por goteo de precisión en invernadero español con sensores inteligentes

Sin embargo, la propia existencia de estas eficientes «repúblicas» plantea un nuevo desafío de gobernanza. La corresponsabilidad es esencial: el agua ahorrada gracias a la tecnología debe servir para mejorar el estado ecológico de los ríos y acuíferos, y no solo para expandir la superficie de regadío. El reto actual de las comunidades de regantes es evolucionar de meros distribuidores de un recurso a verdaderos gestores de la sostenibilidad hídrica de sus territorios, equilibrando la viabilidad económica de sus explotaciones con la salud del ecosistema del que dependen.

El agua que no se ve: la tragedia silenciosa de nuestros acuíferos sobreexplotados y contaminados

Mientras el debate público se centra en el nivel de los embalses, una crisis mucho más silenciosa y difícil de revertir se desarrolla bajo nuestros pies: la sobreexplotación y contaminación de las aguas subterráneas. Los acuíferos son reservas estratégicas, el «ahorro» hídrico del país para épocas de sequía. Sin embargo, durante décadas los hemos tratado como una fuente inagotable, extrayendo agua a un ritmo muy superior al de su recarga natural.

Esta «tragedia de los comunes» subterránea tiene un actor principal: la proliferación de extracciones ilegales. Se trata de pozos y sondeos que operan al margen de la ley, sin contadores ni control alguno, bombeando un volumen de agua desconocido que desequilibra por completo la planificación hidrológica. Las cifras son alarmantes. Según denuncias recurrentes de organizaciones ecologistas, se estima que podrían existir en España hasta 500.000 pozos ilegales. Cada uno de ellos es una herida abierta en el sistema, que no solo agota un recurso vital, sino que fomenta una competencia desleal con los agricultores que sí cumplen con la normativa.

Las consecuencias de esta sobreexplotación son devastadoras y a menudo irreversibles. Incluyen el descenso del nivel freático, que seca humedales y fuentes, la intrusión salina en acuíferos costeros que los inutiliza para el riego, y el hundimiento del terreno (subsidencia). A esto se suma la contaminación difusa por nitratos y pesticidas de origen agrario, que degrada la calidad del agua restante, poniendo en riesgo tanto el consumo humano como la salud de los ecosistemas fluviales que dependen de las aportaciones de los acuíferos.

La gestión de las aguas subterráneas es, por tanto, uno de los mayores desafíos de la gobernanza del agua en España. Requiere un esfuerzo titánico en inspección y control para acabar con el fraude, pero también un cambio cultural. Es imperativo que todos los usuarios, y la sociedad en su conjunto, comprendan que los acuíferos no son una cuenta corriente sin fondo, sino un patrimonio frágil y esencial para nuestra seguridad hídrica futura.

La falacia del «agua nueva»: por qué la solución no es traer más agua, sino gestionar mejor la que tenemos

Durante mucho tiempo, la respuesta instintiva a la escasez hídrica ha sido la construcción de más infraestructuras para aumentar la oferta: más embalses, más trasvases, más desaladoras. Esta mentalidad, centrada en la búsqueda de «agua nueva», ha llegado a un punto de rendimientos decrecientes y costes ambientales y económicos insostenibles. La verdadera solución, y el mayor desafío de gobernanza, no está en traer más agua, sino en gestionar de forma radicalmente más eficiente la que ya tenemos.

La agricultura, como principal usuario, es la protagonista de esta necesaria revolución. España se ha consolidado como una potencia agroexportadora mundial, un logro que, sin embargo, tiene una contrapartida hídrica. Somos uno de los mayores exportadores de frutas y hortalizas, una actividad que se sostiene con el 80% del agua dulce disponible en el país. Esta realidad nos obliga a maximizar la productividad de cada metro cúbico. No se trata de producir menos, sino de producir mejor, utilizando la tecnología y la innovación para desacoplar el crecimiento agrícola del consumo de agua.

La modernización de regadíos es un claro ejemplo de este camino. La implementación de sistemas como el riego por goteo ha demostrado ser una herramienta formidable. En muchas regiones de España, esta tecnología no solo ha permitido reducir el consumo de agua hasta en un 30%, sino que también ha conseguido aumentar la producción y la calidad de las cosechas. Este es el camino: más inteligencia, no necesariamente más agua.

Este cambio de paradigma exige una estrategia clara y un compromiso firme por parte de todos los actores implicados, desde el agricultor individual hasta las administraciones públicas. La eficiencia debe convertirse en el pilar central de la política hídrica.

Plan de acción para la gestión eficiente del agua

  1. Adoptar una economía circular del agua: Enfocar los esfuerzos en la reutilización de aguas regeneradas y en la máxima eficiencia para reducir a cero el desperdicio en toda la cadena.
  2. Implementar tecnologías adaptadas al contexto local: Seleccionar e implementar soluciones (sensores, big data, riego de precisión) diseñadas para maximizar el impacto según las necesidades específicas de cada cultivo y cuenca.
  3. Priorizar las tecnologías más eficientes: Fomentar activamente la transición hacia el riego por goteo y la aspersión de baja presión como estándares mínimos en las explotaciones.
  4. Fomentar la formación y el asesoramiento: Capacitar a los regantes en el uso de herramientas de agricultura de precisión para tomar decisiones de riego basadas en datos reales y no en la costumbre.
  5. Establecer marcos de gobernanza para el agua ahorrada: Definir claramente el destino de los ahorros de agua conseguidos por la modernización, priorizando la recuperación de caudales ecológicos y acuíferos.

El agua que viaja en tu comida: cómo el comercio internacional de alimentos esconde un trasvase de agua virtual

El debate sobre los trasvases de agua entre cuencas es uno de los más sensibles y recurrentes en España. Sin embargo, cada día se produce un trasvase mucho mayor, silencioso y global, que no viaja por tuberías, sino en los contenedores de barcos y camiones: el del agua virtual. Este concepto, también conocido como huella hídrica, se refiere al volumen total de agua dulce utilizada para producir un bien o servicio. Cuando España exporta una tonelada de aguacates o de fresas, no solo exporta el producto, sino también los miles de metros cúbicos de agua que fueron necesarios para cultivarlos.

España, como potencia agroexportadora, es uno de los mayores exportadores netos de agua virtual del mundo. Consumimos nuestros escasos recursos hídricos para producir alimentos que se consumen en países con, a menudo, mayor abundancia de agua, como Alemania o Reino Unido. Según datos sectoriales, el sector agrícola consume el 82,1% del agua en España, una gran parte de la cual se incorpora a productos destinados a la exportación.

Esta realidad nos obliga a plantear preguntas incómodas sobre nuestro modelo productivo. ¿Es sostenible seguir especializándonos en cultivos de alta demanda hídrica en las zonas más áridas del país? La gobernanza del agua debe ir más allá de la gestión de presas y canales para abarcar también la planificación estratégica de cultivos y la política comercial.

Composición visual de productos agrícolas españoles de exportación con representación simbólica del agua virtual

No se trata de demonizar las exportaciones, que son un pilar de nuestra economía, sino de ser conscientes de su coste hídrico real e incorporarlo a la ecuación. Una política hídrica inteligente debería incentivar que la producción se oriente hacia cultivos con mayor valor añadido por metro cúbico de agua consumido. Esto implica una planificación territorial que alinee las políticas agrarias, comerciales y ambientales, reconociendo que cada decisión sobre qué y dónde plantar es, en última instancia, una decisión sobre el futuro de nuestros recursos hídricos.

La métrica que lo cambia todo: por qué deberías empezar a medir tu éxito en kilos por metro cúbico

En la gestión de cualquier recurso escaso, la métrica que se utiliza para medir el éxito lo define todo. Históricamente, en agricultura, el principal indicador de rendimiento ha sido la producción por superficie: toneladas por hectárea. Sin embargo, en un escenario de estrés hídrico como el español, esta métrica es incompleta y puede ser engañosa. Ha llegado el momento de adoptar un nuevo paradigma: la productividad del agua, medida en kilos de producto por metro cúbico de agua (kg/m³).

Este cambio de enfoque es revolucionario. Pone el foco no en la tierra, sino en el recurso más limitante: el agua. El objetivo ya no es solo maximizar la cosecha de una parcela, sino maximizar el valor nutricional y económico extraído de cada gota de agua aplicada. Esto es especialmente relevante en el regadío, que, a pesar de sus desafíos, es extraordinariamente productivo. A nivel global, las tierras de regadío, que representan solo el 20% del área cultivada, generan el 40% de la producción agrícola mundial. Optimizar su eficiencia tiene un impacto multiplicador.

Adoptar esta nueva métrica incentiva la innovación de una manera mucho más directa. Obliga a los agricultores y técnicos a preguntarse: ¿estoy utilizando la variedad de cultivo más eficiente? ¿Mi sistema de riego minimiza las pérdidas? ¿Puedo ajustar el calendario de riego para adaptarme a las fases críticas del cultivo? La tecnología se convierte en una aliada indispensable para responder a estas preguntas.

Caso de éxito: El sistema NGS y el cultivo de pitaya

Un ejemplo sobresaliente de este enfoque es la aplicación de sistemas de cultivo recirculantes como el NGS (New Growing System). En el cultivo de la pitaya, una fruta exótica con creciente demanda, el consumo de agua tradicional es de unos 750 metros cúbicos por hectárea. Según un reportaje de El Español, con el sistema NGS, que recircula el agua y los nutrientes no absorbidos por la planta, el consumo se reduce a tan solo 240 m³/ha, menos de un tercio. Esto no es solo ahorrar agua; es multiplicar por tres la productividad hídrica, obteniendo más kilos de fruta por cada metro cúbico invertido.

Medir el éxito en kg/m³ no es solo un cambio contable; es una transformación filosófica que alinea la rentabilidad económica del agricultor con la sostenibilidad ambiental y la seguridad hídrica del conjunto de la sociedad.

Las reglas del juego: cómo las políticas públicas pueden construir un sistema alimentario más sano y sostenible

La transición hacia un modelo agrícola basado en la máxima productividad del agua no puede dejarse únicamente en manos de la iniciativa privada. Requiere un marco de apoyo, incentivos y regulación por parte de las administraciones públicas. Las «reglas del juego» que establecen las políticas agrarias y ambientales son determinantes para acelerar o frenar este cambio. La gobernanza del agua, en su sentido más amplio, implica alinear todas las políticas sectoriales con el objetivo de la seguridad hídrica.

Un instrumento clave en este ámbito es la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea. Las ayudas de la PAC pueden y deben condicionarse cada vez más a la adopción de prácticas sostenibles, como el uso de sistemas de riego eficientes, la agricultura de precisión o la protección de las masas de agua. Vincular el apoyo económico a indicadores de eficiencia hídrica (como los kg/m³) en lugar de solo a la superficie cultivada sería un incentivo poderoso para la innovación.

A nivel nacional, el Gobierno también tiene un papel crucial a través de la inversión directa. La modernización de regadíos es una de las palancas más efectivas, y los planes de inversión pública son esenciales para cofinanciar estas obras, que a menudo superan la capacidad económica de las comunidades de regantes por sí solas. La planificación y ejecución de estas inversiones debe ser estratégica, priorizando aquellas zonas con mayor estrés hídrico y mayor potencial de ahorro.

Ejemplo de política pública: El Plan de Modernización de Regadíos 2022-2027

El Gobierno de España ha puesto en marcha un ambicioso plan para impulsar la eficiencia en el campo. Según ha informado La Moncloa, este plan movilizará una inversión público-privada superior a 2.400 millones de euros entre 2022 y 2027. El objetivo no es solo renovar infraestructuras obsoletas, sino también incorporar tecnologías digitales y fuentes de energía renovables, buscando una modernización integral que mejore la sostenibilidad económica y ambiental de las explotaciones.

Finalmente, las políticas públicas deben ser valientes en la ordenación del territorio. Esto puede implicar limitar la expansión de regadíos en cuencas declaradas sobreexplotadas o incentivar la reconversión de cultivos hacia otros más adaptados a la disponibilidad real de agua. Son decisiones complejas con un alto coste político, pero son imprescindibles para alinear nuestro sistema alimentario con la realidad climática y garantizar el bien común a largo plazo.

Puntos clave a recordar

  • La crisis del agua en España es un problema de gobernanza y gestión, no solo de escasez o de tecnología.
  • La solución no está en buscar «agua nueva» (trasvases, desaladoras), sino en optimizar radicalmente el uso de la que ya tenemos, donde la agricultura es el actor principal.
  • Es imperativo cambiar la métrica del éxito: pasar de medir la producción por hectárea a medirla por productividad hídrica (kilos por metro cúbico).

Kilos por metro cúbico: la nueva medida del éxito en la agricultura de regadío

Llegados a este punto, la conclusión es clara: el futuro de la agricultura y de la seguridad hídrica en España pasa por abrazar una nueva filosofía de gestión. El indicador «kilos por metro cúbico» no es solo una fórmula técnica, sino la brújula que debe guiar las decisiones de inversión, la planificación de cultivos y las políticas públicas. Representa el cambio de una cultura de la abundancia a una cultura de la precisión y la eficiencia.

Afortunadamente, España se encuentra en una posición de liderazgo para encabezar esta transición. Nuestro país no solo tiene experiencia en la gestión del agua, sino que también es una potencia en innovación tecnológica aplicada al campo. El ecosistema «agrotech» español es vibrante y puntero en Europa. Con más de 757 compañías agrotech, España se posiciona como un referente en la digitalización agrícola, desarrollando soluciones que van desde la sensorización de cultivos y el uso de drones hasta plataformas de big data que permiten a los agricultores tomar decisiones de riego con una precisión milimétrica.

Esta capacidad tecnológica es la que permite llevar a la práctica el concepto de productividad hídrica. Las herramientas ya existen para medir la humedad del suelo en tiempo real, conocer las necesidades exactas de la planta en cada fase de su crecimiento y aplicar el agua de la forma más eficiente posible. La siguiente tabla resume la eficiencia de los principales sistemas, evidenciando el salto cualitativo que supone la modernización.

La eficiencia de los distintos métodos de irrigación varía considerablemente, tal como lo demuestra un análisis comparativo del sector.

Eficiencia de diferentes sistemas de riego en España
Sistema de Riego Eficiencia Características
Aspersión 70-80% Sistema tradicional mejorado
Riego por goteo 85-90% Distribución precisa en zona radicular
Gravedad 40-50% Sistema tradicional menos eficiente

El reto, por tanto, es de implementación y escalado. Se trata de asegurar que esta tecnología sea accesible y asequible para todo tipo de explotaciones, desde las más grandes hasta las familiares. Y, sobre todo, de consolidar una gobernanza del agua que premie a quienes adoptan este enfoque, convirtiendo la eficiencia hídrica en la principal ventaja competitiva de la agricultura española en el siglo XXI.

Para avanzar, es crucial integrar esta nueva visión en la práctica diaria. Reflexionar sobre cómo los kilos por metro cúbico pueden redefinir el éxito es el primer paso para su implementación.

El camino hacia la seguridad hídrica en España es complejo, pero la dirección es inequívoca. Como gestores del recurso, tenemos la responsabilidad de liderar esta transformación, convirtiendo el mayor desafío de la agricultura española en su más grande oportunidad. Es el momento de que cada agricultor, cada comunidad de regantes y cada responsable político comience a evaluar sus decisiones a través de esta nueva lente: la de maximizar el valor de cada gota de agua.

Escrito por Carlos Soler, Carlos Soler es un economista y consultor de desarrollo rural con más de una década de experiencia ayudando a explotaciones a diversificar sus fuentes de ingresos en Extremadura y Andalucía. Es un experto en la creación de nuevos modelos de negocio en el medio rural, desde el agroturismo hasta la venta directa.